Ha comenzado la temporada de Anidación de tortugas en Puerto Vallarta
julio 11, 2024No se necesita saber que el próximo 21 de junio, es oficialmente el inicio de esta estación del año que tanto me gusta. Basta sentir, bajo el Sol radiante, la caricia encantadora del calorcito sabroso, para saber que estamos cambiando de tiempo. Automáticamente te nace el deseo de beber más agua y mitigar la sed; las ganas de cambiar de ropa, dejar los colores oscuros y llegarle al blanco, sacar los trapos de manta, agrandar los escotes en el caso de las mujeres y rescatar los vestidos de tirantitos.
Al verano, aunque muchas veces nos quejemos del excesivo calor, hay que recibirlo con gusto, casi con entusiasmo, porque nos llega acompañado de cosas lindas y muy disfrutables.
Para empezar, llega con el día de San Juan y con él, la temporada de lluvias, las palmeras y toda la vegetación recibe los primeros beneficios del agua, del duchazo que les regala la naturaleza; aparecen otros verdes, muchos tonos de verde hasta ahorita escondidos por la capa de polvo que los cubre, y con ello el ambiente se hace más transparente, la luz del día es nítida y traslúcida, la ciudad se limpia.
La lluvia arranca la sed de las parcelas: los terrenos resecos, inservibles, se convierten en útiles, fértiles, listos para recibir la semilla y procrear el futuro. Los agricultores pronto iniciarán su día por la mañana, volteando hacia el cielo y prediciendo la hora en que las gotas de vida se encuentren con la tierra.
La lluvia es una de las grandes delicias que nos llegan con el verano. Los arroyos secos se humedecen y al rato crecen fuerte, juntando el agua y entregándosela a los ríos para que la conduzcan hasta allá para beneficio de todos. El río Ameca, el Pitillal, Los Orcones y todos los de la región se llenarán del vital elemento, produciendo bienestar en la comarca.
Pero voy a dejar a un lado la naturaleza y voy a cambiar el tono.
Los placeres del verano.
Es temporada de frutas, de sabores, de jugos y sobre todo de colores. Empezando por las tunas y las pitahayas, que por fuera lastiman con sus espinas y por dentro llevan el color de la mexicanidad y el sabor de nuestra patria, desde el amarillo y el anaranjado hasta el rojo mexicano que el arquitécto Barragán presentó al mundo y que identificó a México frente al orbe, dio origen a los colores del papel de china, a los mercados, a los vestidos de las Adelitas. En cuanto a la fruta mexicana, es época de las milpas, de “los veranos”, de la sandía que plasmó en todo su esplendor Rufino Tamayo, con el verde, blanco y colorado salpicado con el negro de las semillas, esas sandías que han dado la vuelta al mundo exhibiendose en los museos. Los melones, totalmente intrascendentes en su exterior, pero con esa ternura de color en su sabor, son tan ricos que le han dado una denominación al dinero como sinónimo de un número grueso, como son los millones. Es época de flor de calabaza, de calabacitas tiernas y de esos pepinos de milpa que sólo quieren un chorrito de limón, una pizca de sal gruesa y algunas gotas de alguna maravillosa salsa de botella que se producen en la zona.
Las frutas del verano dan lugar a las aguas frescas, las de guanábana, de tamarindo, de mango y también son culpables de esos carritos callejeros muy bien arreglados que, sin mucha asepsia pero con mucha sabrosura, preparan aquellos vasos de sandía, piña, papaya, sin olvidar la blanca figura estilizada de la jícama con chile en polvo.
Más placeres.
Qué gozo más intenso que llegar a la casa al medio día y quitarte los zapatos y así, descalzo, recorrer el fresco del mosaico o de cualquier piso. Es como tener contacto con la realidad, es recibir mensajes por los pies; caminar descalzo puede hasta llegar a ser sensual. Pero quizá mayor placer del verano es asolearte , recibir de frente y en forma directa los rayos de Sol que queman, que calientan la piel, que te hacen sacar impurezas a través del sudor; sentir de frente al rey del sistema y sentir que vives, que tu cuerpo funciona, que vibras por dentro y de pronto … encontrar una sombra, un tejado, o mejor, un árbol que, con su follaje, de momento te proteja, que deje pasar esa ilusión de recibir una ráfaga de brisa que, al tocar la blusa o camisa mojada, se convierta en frescura, en refugio, en descanso.
Otros placeres del verano.
La travesura de jugar a las mojadas, sentir que el agua rodea tu cuerpo, el meter el pie en un charco, el lanzarte a un chapuzón a la alberca,las guerritas con la manguera, los cubetazos, o simplemente poner tus manos bajo el chorro del agua y llevártelas como jícara a la cara y a tu cabellera … una sensación tan agradable que, si no hiciera calor, no podríamos disfrutar.
Cubrirte de mar, bajar a visitar el fondo, junto a Los Arcos o en Las Marietas, olvidarte del pasado y hasta del presente para vivir, aunque sea por un momento, como un pez, o como un escarabajo marinero, con el placer de conocer otros colores indescriptibles y otro mundo. Confundirte entre las anémonas, los caracoles o al menos ser por un momento una roca preciosa, vestida de musgo y de conchitas.
O más de todos los días, el regaderazo matutino con agua fresca, fría, que te revive y te hace gritar y a algunos hasta cantar, que te hace brincar del gusto y entusiasmo y que te lanza a la calle lleno de optimismo a enfrentarte al quehacer diario. Dejar que el jabón te corra desde la frente hasta los pies y que con sus movimientos fuertes y certeros de estropajo sientas que se te purifica el alma, como si la piel estuviera en contacto con tu yo íntimo. El baño de verano es un verdadero placer.
Los placeres del lino y de la manta, que desbancan a otras telas, esa caricia de la ropa suave que al contacto con la piel tiene el efecto maravilloso de lograr la temperatura de cero grados, es decir, ni frío ni calor. Mira cómo luce ella con su vestido largo de manta, con bordado en blanco junto al corte del escote, un nudo abajo de la falda que levanta tantito el corte y da pie a mostrar un poquitín de pierna y, para encuadrar el cabello lacio, la tez morena y el cuello largo, un collar de piedras color aqua que sirve para reflejar las miradas de admiración de los que pasan a su lado. ¡Qué delicia es el verano!
Los placeres gastronómicos.
Con este calorcito, cómo se antoja un gazpacho andaluz bien sazonado y frío, un mousse de aguacate fresco decorado con una hojita de cilantro, una vichysoisse de poro y papa, ensaladas de mil formas y otras tantas variantes de aderezos, los carpaccios de res o de salmón, los ceviches, los sashimis de atún, las tostadas de pulpo amoroso y una chela espumosa y bien fría. En el patio de la casa o en la terraza con los amigos, la vecina o el invitado especial, el asador con unas costillitas o la clásica arrachera acompañada de una brocheta de frutas a las que le pasas un brochazo de salsa teriyaki. O el domingo de verano, un buen pic-nic, la canasta con los quesos, el jamón serrano, los salamis, en el suelo, sobre un mantel, bajo una enorme parota, sin estéreo, porque la música la ponen los pájaros que cantan.
Otros más.
Pasear en un convertible rojo por el Malecón, o pedalear una bicicleta o trasladarse en un patín del diablo.Placeres todos del verano. Jugar golf, explorar la orilla de los ríos, deslizarte en canopy entre los árboles de la selva o, sin tanta cosa, ponerte el traje de baño y simplemente tirarte en la arena de la playa.
Juntar un dinerito y viajar en el verano. Si te late, te hago dos sugerencias. En toda Francia, el 21 de junio se celebra la Fête de la Musique, un evento formidable en el que participan orquestas sinfónicas, grupos de rock, jazz, ensambles de cámara; en las calles, en los parques, en los auditorios, en todas partes, hay música: Es un evento que vale la pena, o si prefieres Italia, del 8 de junio al 2 de julio, el Festival Internazionale di Danza Contemporanea en la Biennale di Venezia, algo inolvidable. O, por qué no, visitar El Tuito, mascota, San Sebastián, Guadalajara, Morelia, Janitzio, Puerto Vallarta y tantas bellezas dentro de la república mexicana.
El placer de amar.
El verano se hizo para amar, amar con las manos sudadas, el pulso agitado y la sangre caliente. Amar a los amigos, a la naturaleza, a una piedra, a las causas nobles, a lo desconocido … Aunque lo mejor será amar a alguien de carne y hueso, con su piel, con sus labios, con sus ojos, con su temperamento; amar a alguien con nombre y apellido, eso sí, intensamente, porque el verano se hizo para amar.